(…) fingir, o disimular, dejan intacto el principio de realidad: hay una diferencia clara, sólo que enmascarada. Por su parte la simulación vuelve a cuestionar la diferencia de lo «verdadero» y de lo «falso», de lo «real» y de lo «imaginario».[1]
[1] Baudrillard, Jean. Cultura y Simulacro. Editorial Kairós, Barcelona, 1978
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